El anillo de plata
domingo, 24 de agosto de 2014
El anillo de plata
El Anillo de
plata.
Villa Carlos Paz,
yo tenía 14 años recién cumplidos, ella 12. Una muñeca de ojos marrones y una
ternura tan poco habitual que para conquistar mi corazón le llevó unos 14
segundos.
Interminables paseos hasta la placita “Belgrano” y charlas
acerca de las cosas “importantes” de la vida poblaban nuestros momentos. En
dichos paseos, me di cuenta con qué facilidad se me acalambraba la mandíbula
cuando intentaba decir “me gustas” o “querés ser mi novia?” pero había remado
bastante para llegar a esta posición (cosa a la que debía acostumbrarme para el
resto de mi vida ya que no soy precisamente un agraciado por la diosa afrodita)
y hacía unos días ella había confirmado nuestro noviazgo, pero “sin beso en la
boca”.
Entonces me pareció buena la oportunidad para “ESE”
regalo, el que marcaría su vida y sellaría mi amor para siempre.
Guau! Impresionarla de manera imborrable. ¡Que buena idea!
Que pasen 25 años y aun mi imagen intacta como detrás de un cristal, un
recuerdo imborrable para ella.
Entonces traté de ahorrar lo más posible del dinero que me
entregaba mi padre para ir a la escuela que quedaba a unos 65 km de mi casa , a
ella viajaba los lunes y regresaba los viernes, por lo tanto me daban para el
pasaje y yo me volvía a dedo o me iba a dedo para juntar dinero para el fin de
semana, con ese dinero ahorrado me compraba un “Mantecol” gigante, que devoraba
sin piedad.
Pero ahora el ahorro tendría un mejor fin, ya que hacía
unos días era un hombre comprometido.
Busqué en los locales del centro de mi ciudad, uno por
uno, algo especial, original y que perdure en la eternidad, que impacte, que
deslumbre pero por sobre todo que le guste.
Me alcanzó para un anillo. Pero era de plata!
Fuimos una vez más a esa plaza y ensayaba una y otra vez,
como a un speach de venta la frase que perduraría, la repetía todo el camino
mentalmente mientras ella me hablaba de sus estudios, del deporte y qué se yo
cuantas cosas que obviamente asentía sin escuchar, porque repetía “esa” frase
sin parar en mi cabeza.
Y llegó el momento esperado, junté fuerzas y habiéndonos
sentado en una pirca de la plaza, sin titubear y mirándola a los ojos,
muriéndome de amor, con las palmas de las manos transpiradas saqué el anillo y
le dije. -- Esto es para vos, te lo compré para que lo uses todo el tiempo y te
lo saques el día que dejes de amarme--.
Una frase más que elaborada para un nene de 14 años, un
éxito, impresionante, seguramente la impacté de por vida.
Nunca se lo puso.
Entonces pasaron los años, amé a esa mujer como a nadie y atravesamos
por un largo noviazgo de 11 años, 11 años de crecer juntos, toda la
adolescencia y parte de mi etapa universitaria, una gran historia que terminó con un gran dolor cuando a 8
meses de nuestro casamiento rompió conmigo, y en la misma fecha elegida para
nuestra unión se casó con otra persona.
Estuvo mi vida, a partir de ese momento, poblada de
decisiones que me fueron alejando de ese gran dolor, desde salir a todos lados
con mujeres a quienes agradezco infinitamente su aporte de afecto
pero que no
lograban mitigar ese dolor, hasta llegar a mudarme de ciudad para alejarme de
nuestras amistades ya que todas me la recordaban.
Nunca más la vi.
Pasaron los años y desarrollé mi profesión, conociendo a
la mujer que hoy es mi esposa con la que tuve dos hermosas hijas y una buena
vida poblada de buenos momentos.
A mis 40 y pico, en uno de mis viajes de visita a mis
padres en la Villa, fui a casa de Nora con mis hijas, una amiga entrañable que
hacía tiempo que no veía, así que la alegría del encuentro hizo que no notara
que detrás de una planta y media escondida, coincidiendo en el lugar y el
momento estaba ella, si ella!… se me detuvo el corazón, no sabía cómo me
saludaría!
Esta mujer no sabía de mi amor, del dolor terrible por el
que había pasado, de mi huida a otra ciudad, y con su matrimonio con cuatro
hijos ya creí que mi historia a esta altura poco le importaría.
Pero me equivoqué, - Hace 10 años, tres meses y 27 días
que no te veo-, fue su primera expresión acompañada por un abrazo que me hizo
transpirar como aquel día, era “ese” aroma de nuevo, “ese” cuerpo, “ese” pelo, “esos”
ojos… Dios!
Y fue una tarde y noche completa de recuerdos (hasta las 6
de la mañana) contándonos muchas historias y recordando viejas épocas ya con
nuestra perspectiva madura. No nos alcanzaba el
despiadado tiempo que se
terminaba y me alejaba de disfrutarla nuevamente, cuando en un momento y cerca
ya de despedirnos se paró, fue hasta un viejo mueble que estaba en un rincón y
extrajo de él una cajita pequeña, dentro de ella, entre algodones y herrumbrado
por el paso de los años estaba él, que había logrado su objetivo, perdurar en
su memoria como una señal, como un recuerdo que quien la había amado tanto.
Mi anillo de plata...
… A veces pensamos que pasamos desapercibidos, pero no nos
damos cuenta que dejamos marcas, marcas imborrables en la vida de algunas
personas, marcas de afectos que le pueden servir a ella a sobrellevar momentos
difíciles solamente pensando en el amor que le regalamos.
Por eso no dejemos de dar amor.
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